Didáctica literaria e interaccionismo sociodiscursivo: Reflexiones desde un contexto plurilingüe.

Didáctica literaria e interaccionismo sociodiscursivo:

Reflexiones desde un contexto plurilingüe.

Fito Rodríguez

fito.rodriguez@ehu.es

Universidad del País Vasco

San Sebastián/Donostia. País Vasco.

Resumen:

Se ha estudiado muchísimo la escolarización de la literatura[1]. Sin embargo, para no repetir inútilmente todo lo que ya se haya dicho y queriendo exponer claramente el objeto de la presente comunicación[2], desde el primer momento me he fijado como punto de partida aquello que pretendo “enseñar”: “la escolarización de los géneros literarios”.

Precisamente, en la Facultad de Psicología y Ciencias de la Educación de Ginebra se estudia la didáctica en función de las asignaturas[3] y esta propuesta, pues, no será ajena a todo ello.

Si lo que se trata de enseñar es “los géneros literarios”, habrá que aclarar qué entendemos por tales y cuál es el trabajo didáctico a aplicar en las clases regladas[4].

Así pues, y más allá de su lado estrictamente literario, este estudio sobre “los géneros literarios” tiene asimismo un lado pedagógico, de tal manera que los propios “los géneros literarios” deberán entenderse en tanto objeto de la educación[5]. Es decir, habrá que tener en cuenta que junto con el texto-tipo o la lección sobre “el tema literario”, también estaremos trabajando metatextos[6]. Por eso, además de los escritos que encontremos, para cuantos nos movemos en la enseñanza de la lengua, contaremos igualmente con teorías literarias, opciones didácticas y hasta las actitudes o la propia oralidad del mismísimo profesor. Todo eso es lo que calificamos de objeto pedagógico en la escolarización de los géneros literarios, por lo que hay algo que aclarar, tanto al acercarse a los propios escritores como a los textos escogidos, a las actitudes profesorales o a los métodos didácticos, encontraremos valores sociales (éticos, estéticos, identitarios…) reflejados en ese objeto pedagógico al que antes aludía. No hay enseñanza desprovista de valores, aunque bien es cierto que cabe interrogarse sobre la idoneidad de los estudios y evaluaciones realizados para poner dichos valores de manifiesto[7]. No hay educación desprovista de contexto. Las reflexiones que aquí aportaremos tienen sus coordenadas en una situación plurilingüe que, evidentemente, condiciona la aproximación didáctica que aquí expondremos.

Palabras claves: géneros literarios, teorías literarias, didáctica de la literatura, metatextos, objetos pedagógicos, plurilingüismo.

1.- Introducción:

La característica del propio proceso de aprendizaje en las sociedades letradas o alfabetizadas es la de relacionar la enseñanza y la escritura. Es más, si en la escuela se enseña a leer y a escribir, y aunque se impartan nociones de literatura, los géneros literarios, en su teoría y en su práctica, suele ser extraño a esos procedimientos.

Hacer pensar sobre ello, y escribirlo, es el objeto y el motivo de esta comunicación. Para ello, lógicamente, utilizaré las investigaciones de aquellos que se han preocupado por el tema en nuestro entorno lingüístico y escolar. Esto quiere decir que manejaré, fundamentalmente, bibliografía y ejemplos didácticos del ámbito cultural vasco, es decir, del euskara, del castellano y del francés, aunque, necesariamente, tendré que recurrir a la alusión de otras situaciones lingüístico/culturales concernientes al objeto de esta reflexión. Para finalizar, intentaré ofrecer un esbozo de método para trabajar la escritura de los diferentes géneros  literarios en base a modelos de producción socio-discursivos.

La aportación común a todos los creadores literarios de cualquier género consiste en pensar a través de la escritura, aun cuando entre todos aquellos ilustres nombres no resulte sencillo dar con uno sólo que satisfaga los gustos estudiantiles. Con todo, en el mundo de la literatura también encontraremos autores aliterarios [8]como Umberto Eco, Vladimir Nabokov, Joan Fuster, Enrique Vila-Matas, o los vascos Joseba Sarrionaindia y Tere Irastorza, quienes, acaso, reflejen gustos mucho más próximos al alumnado. El problema, sin embargo, no reside en los modelos de escritura (eso y no otra cosa son los géneros literarios), sino en la adecuación del método que propicie el adentrarse por esas vías de producción/goce literario.

De hecho, todos los arriba citados han realizado una elección lingüística previa a su producción literaria y, los hay, que han desarrollado su labor en el mundo de las letras en distintas lenguas. Esta necesidad de precisar la lengua de trabajo literario, en absoluto baladí, parte de situaciones no sólo de bilingüismo sino de bilingualidad[9], y marcan en su desarrollo productivo, como en el caso de Montaigne[10], el tipo de estilo literario.

  1. Consejos para la escritura literaria:

A pesar de que en un ensayo de Daniel Pennac se presentaban ya algunas propuestas sobre el camino a seguir para cultivar la Literatura[11] en la escuela, lo cierto es que el tema sigue todavía sin zanjarse. Aun así, al menos para ir aclarando ese supuesto problema, creo conveniente efectuar desde el principio una distinción esencial de orden terminológico… Existen, en efecto, saberes que se enseñan y otros que no se pueden enseñar[12]; sin embargo, y contra lo que cupiera pensar, ambos tipos de saberes, aunque diferenciados en la teoría, suelen ir juntos en la práctica ya que en el proceso de aprendizaje, los dos se influyen recíprocamente (por decirlo de algún modo). Por lo tanto, siendo la Literatura un saber que puede enseñarse, la iremos transformando mientras la enseñamos, y ello en la misma medida en que vayamos readecuando la didáctica hasta hora empleada para hacerlo. Hace tiempo, traté de demostrar cómo el proceso de escolarización fue transformando, en nuestro contexto cultural, la bertsolaritza (poesía oral improvisada vasca) y, a la vez, la escolarización de esta última generó un cambio importante en la didáctica lingüística (especialmente en lo referente al tratamiento de la oralidad). Todavía hay muchos escritores, acaso tratando de “preservar el saber” como algo “oculto”, que creen que no se puede enseñar a escribir (recuérdese a Stendhal). Ahora bien, visto lo desfasados que han quedado hoy en día aquellos que en su día pretendían que era imposible el aprendizaje de de la bertsolaritza, salta a la vista cuánto camino le queda todavía por andar a la didáctica literaria. Por lo tanto y para ahondar en ello, en las siguientes líneas voy a ofrecer ciertos consejos para profundizar escolarmente la escritura literaria.

2.1. Inicio del método

Como cualquier otro estudio y/o aprendizaje, también para aprender a escribir en los distintos géneros o modelos se necesita un tiempo. Pero esa temporalidad debe bascular sobre dos ejes:

* Por un lado, manteniendo una visión global del tema.

* y por otro, aplicando una práctica inspirada en ese punto de vista global.

Por lo que se refiere al primero, cultivar la literatura (escribir, leer y ser leído) supone una afición previa. Es decir, a diferencia de lo que ocurre con otras disciplinas lingüísticas, lo literario no es acabar poniendo de relieve, o incluso corrigiendo, los errores de la escritura, sino tomar como punto de partida el texto tal uno (incluidos sus fallos ortográficos)[13].

Con respecto a lo segundo, y con objeto de contribuir a ir definiendo la trayectoria del todavía incipiente escritor, trataré de explicar cuáles son los pasos a dar. Eso sí, sin olvidar que, además de tiempo y dedicación, para que alguien acabe convirtiéndose en escritor se requiere que saber y experiencia vayan de la mano. Precisamente, porque sin aptitudes, lo aprendido no servirá por sí solo en la práctica. Todo eso, pues, resulta útil para aprender y profundizar en la reflexión sobre la enseñanza de la literatura, pero no puede garantizar el éxito. De cualquier manera, sabemos que escribir es, por encima de todo, ofrecer respuestas a las cuestiones que uno mismo se plantea[14], ya que cada una de ellas se transforma en una nueva herramienta de aprendizaje para el escritor.

A pesar de todo, al emprender esta vía observaremos que, con frecuencia, no sabemos por dónde empezar. Subestimarse a uno mismo; querer entrarle demasiado pronto a un asunto o andar dándole demasiadas vueltas; avergonzarse de lo escrito; no saber cómo poner sobre el papel las ideas; o incluso, no disponer de un buen método a la hora de escribir es habitual. Sin duda, este último es lo más extendido, pero también lo que más fácil solución tiene y acaso un buen remedio para todos los otros. A este asunto quiero dedicarle las líneas siguientes…

En literatura, aun cuando no exista receta mágica alguna, el servirse del método adecuado puede ayudarnos a no perder el tiempo y, en consecuencia, a aligerar los pros y los contras inherentes al  aprendizaje.

Ahora bien, aunque hablar y escribir son dos cosas diferentes, para esto último se necesita una capacidad lingüística depurada y eso que la literatura no pide de lo cotidiano más que aquello que necesita. Así pues, el objetivo de la literatura sería el expresarse del modo singular y necesario (no redundante). Esto es, sonsacar a través del lenguaje lo que no sea evidente y mostrarse capaz de exponer una idea (el germen de todos los géneros literarios). Por consiguiente, de nada serviría tener toda razón del mundo si luego no somos capaces de formularla lingüísticamente. El contenido literario no vale nada si no le encontramos un procedimiento adecuado de expresión.

¿Y cómo enviamos a los demás nuestras ideas? Pues por medio de la sintaxis o, dicho de otro modo, por medio de frases concretas, es decir, por medio de una lengua dada que, en situaciones de contacto lingüístico, supone la primera opción a realizar…

Si no conseguimos frases que transmitan el trasfondo de lo que queremos escribir, ello ni existirá ni podrá ser leído, por mucho que fuera intrínsecamente coherente y que contara con nexos o la secuencialidad y ritmo apropiados. Además, y como decía antes, cada lengua posee textos-modelo distintos.

Aun así, el solo hecho de leer en una lengua determinada resulta insuficiente si no se ensaya la escritura y ésta, al menos en un principio, no parece conllevar autocensura alguna sino, al contrario, exige su liberación. Posteriormente, lo que vayamos a hacer con aquello que hayamos escrito no tiene en principio demasiada importancia, ya que lo que realmente cuenta es ponerse a escribir. Ahora bien, ¿cuándo empieza la escritura literaria? Cualquier momento es válido. Sin darle demasiadas vueltas, basta con armarse de valor, optar por la lengua a utilizar y escribir…, sin tampoco preocuparnos del destinatario, puesto que la actitud de un buen escritor es precisamente la de escribirse a sí mismo,

Escribir, por lo tanto, sin plan preconcebido pero en la lengua elegida, como Ionesco, Cioran, Beckhet, Pessoa o Borges…¿Que nos cansamos? Pues lo dejamos para más tarde. Eso sí, cuando retomemos nuestro trabajo nos parecerá que lo que habíamos escrito es farragoso o demasiado serio, o aburrido. Pero eso se debe a que la escritura funciona a saltos en la búsqueda de un estilo propio entre el habla natural, el lenguaje escolar, lo cual suele siempre ser arduo y hasta contradictorio en los contextos plurilingues.

Sigue escribiendo. Como dijo Erasmo, las ganas de escribir le entran a uno escribiendo. Y con la ayuda de algún lector como el que proponemos (el enseñante no-presciptor), seguro que entre líneas encontraremos nuevas ideas, reflexiones originales, una manera de hablar especial, frases redondas, un lenguaje flexible, fórmulas creativas, experiencia… y hasta, en el ámbito de lo repetitivo, consideraciones insulsas mal expuestas o mezcladas con clichés.

Empecemos, entonces, la segunda parte del método…

2.2. El orden de las palabras

La base de la escritura literaria consiste en la opción lingüística y el empleo de frases concretas (la forma). Pero en cuanto al mensaje, respecto a la formulación textual del tema a través de la escritura[15]., sin embargo, aun cuando las cuestiones se concretan y reformulan a medida que escribimos, lo cierto es que necesitamos un punto de partida.

Para ello, junto con la capacidad de observación es preciso disponer de la posibilidad de almacenar toda la información que vayamos acumulando. Y en esto no existe regla alguna, salvo la que nos dicte el propio proceso de escritura de los géneros literarios. Debemos ser igualmente capaces de exponer las cosas brevemente (en forma de aforismo) como por medio de comentarios largos y precisos, pero en todo caso se requiere ofrecerle al tema la lógica textual que merece. No existe, ciertamente, un modelo concreto, pero la exposición debe ser cuando menos ordenada y en todo momento ligada a las ideas que se nos ocurran. En cualquier género literario  tenemos que ir más allá de de las emociones para explicitar sus sugerencias.

Así pues, antes de ponernos a escribir tenemos que saber que lengua vamos a emplear, qué es lo que vamos a explicar y cómo vamos a finalizar la exposición que de ello hagamos.

En la historia de la Literatura existen numerosos textos sobre referencias temáticas diversas y, sin embargo, aunque desde el mismo punto de partida tengan una organización similar, han acabado realizándose aportaciones distintas sea en el final, sea (como en la mayoría de los casos) en el orden expositivo según la legua elegida[16]. Esto mismo ocurre en el llamado cine “de autor”, en donde el movimiento de la imagen es utilizado para modificar el orden, generalmente “rompiendo” la mera cronología en función de la mirada singular.

Ahora bien, como decía antes, la exposición exige una lógica propia y debo admitir que la práctica y sus enseñanzas son la única proposición válida frente a cualquier otra procedente de la simple teoría. Cada frase que escribamos requiere una decisión específica y en base a ello iremos encontrando la lógica propia de nuestro estilo personal. Es decir, que aunque nuestro proyecto inicial vaya transformándose a medida que es expuesto, cualquiera que sea la opción lingüística necesita de unos elementos literarios comunes: registro equilibrado, adecuación semántica, relación contextual similar, perspectiva de autor, etc.

El punto de vista nos indicará por sí mismo el tipo de acción al que tendremos que aludir, y por supuesto las concordancias requeridas por cada una de ellas.

A partir de aquí serán ciertas palabras las escogidas, las que nos vayan indicando si aquello o lo otro tiene cabida en el texto, o cuáles podrían ser los puntos de inflexión del mensaje. Mientras tanto, y aunque las citaciones y la atomización de referencias sean siempre legítimas, el escrito debe ser comprensible (y como esta nunca se vincula a un único punto de vista, debemos recordar que hacer Literatura no es nunca una tarea fácil…)

2.3. La importancia de los detalles

Desarrollar un tema tratado anteriormente (o hacerlo en otra lengua) implica superar los tópicos y, por consiguiente, hasta una fruslería podría resultar interesante si (como sucede gracias a la anécdota, la metonimia o la metáfora) fuéramos capaces de utilizarlas para vehiculizar una información que escape al dato habitual. Como en la Literatura en general, los detalles, en la medida en que pueden servir para modificar la perspectiva, también pueden convertirse en algo que oscurezca el tema o que lo aclare demasiado y, en ese supuesto, empobreceríamos lo literario.

Por sí mismos, los resúmenes y los atajos no sirven. Y los detalles son necesarios, sólo en cuanto sean requeridos por la lógica literaria inherente al tema.

Algo parecido ocurre con los niveles de abstracción exigidos por el proceso de escritura. Necesitan de una “mirada diferida” o una cierta abstracción que nos permita modificar la perspectiva lingüística. Ahora bien, todo ello no debe llevarnos a perder la reflexión surgida de la experiencia. Los géneros literarios exponen mediante modelos lingüísticos los acontecimientos[17] y clasifican la exposición a través de oraciones que transmiten reflexiones. Ahí se encuentra la diferencia entre lo inmediato y la reminiscencia. Precisamente, cuando rompamos conscientemente la continuidad vital, conciencia y trascendencia aparecerán al unísono, y junto con la primera, por el contrario, se pondrá de manifiesto la vinculación inter-humana y nuestra dependencia con respecto a los recuerdos codificados en determinadas lenguas (recordemos a Proust). El flujo lingüístico de los  circula entre ambos niveles.

2.4. Los conflictos en la escritura:

El ámbito de los géneros literarios es, pues, el de los conflictos de comprensión, esto es el de las contradicciones entre las ideas y las palabras. Buscar y no encontrar, temer a las conclusiones pero llegar hasta las últimas consecuencias, cambiar de opinión aun deseando mantener incólume el punto de vista inicial, enfrentarse a la cotidianeidad mediante un habla dada y adoptada, concienciarse a través del empleo “diferido” de la lengua… Todo eso requiere tiempo y, por supuesto, escribir y escribir…

En ese sentido, la conversación y la correspondencia pueden resultar sumamente útiles. Yo mismo he utilizado a menudo este tipo de recursos, pero las citas, las referencias o las anécdotas también pueden servirnos para promover esta práctica.

El problema se ciñe a saber dosificar los recursos citados y muchas veces, como no hace falta contarlo todo, hay que saber dejar para el lector aquello que no es necesario explicitar. Esto se lo han enseñado a los escritores las elipsis  cinematográficas, aunque no sólo ellas; ya que, como en los géneros literarios, las imágenes (o las ideas) en el cine deben ir sincronizadas con los recurso propios de su género de manera que el desarrollo mesurado pueda explicar las particularidades.

En cuanto a los detalles…, toda la literatura es, por decirlo de algún modo, “venta al detalle” mientras que la belleza literaria es, en cambio, el detalle.

Como explicaba más arriba, es imposible exponerlo todo y por eso, a la hora de escribir, el primer trabajo consiste en elegir qué es lo que vamos a decir. Después, habrá que buscar detalles para aquello que tratemos de subrayar. De este modo, huyendo de las generalidades, la singularidad y la diferencia obtendrán el valor específico que queremos darles.

Por consiguiente, y para resumir lo dicho hasta ahora en relación con la escritura de los géneros literarios:

  • El estilo literario se basa en la elección de lengua y la agrupación de frases correspondientes para.
  • La transmisión temática que se efectúa mediante una sucesión y exposición de acontecimientos, detalles y citas.

2.4.1. Eludir riesgos

Al inicio de este capítulo hablaba de los “desastres” del escritor-aprendiz (clásica repetición, fórmulas complejas y llenas de estereotipos, reflexión mal expuesta y aburrida…), pero existe igualmente otro tipo de “riesgos” o, para entendernos, escritos que habrían podido constituir una aportación pero que, desgraciadamente, al no haberse llevado a término, se quedaron en medias tintas.

Eso es lo que puede ocurrir cuando no explicáramos bien las cosas o, como hemos dicho, carecemos de método.

El primer supuesto es realmente paradójico, ya que se supone que el escritor debe tener de entrada bien claro qué es lo que quiere decir, aunque, siéndole demasiado laborioso, y al abandonar ciertas ideas en la cuneta, su exposición puede resultar un fracaso. Sin embargo, a la hora de escribir cada cual se delata y, si no limpiamos nuestro escrito de “esos añadidos típicamente nuestros” aunque las ideas sean claras lo escrito será oscuro. La única solución es utilizar una metodología de trabajo y, si es posible, contar con la ayuda de un lector cercano[18].

2.4.2. Concretando la metodología

El proyecto creativo implica una organización especial de nuestro tiempo y, por consiguiente, cada cual debe prever un recorrido que le permita más adelante saber si le conviene una escritura rápida o algo más pausado.

Cuando escribamos, no sólo cuidaremos nuestro estilo. El proyecto, además de ayudarnos a conocernos a nosotros mismos, también nos proporcionará vías diversas de creación o de diseño en función del texto prefigurado. Por supuesto, ello exige profundizar en nuestros hábitos de escritura (seleccionar nuestro escritorio, elegir horas de trabajo o/y afinar la propia escritura).

Montaigne tenía su torre, Borges una librería, Sartre unos bares concretos…, con objeto de encontrarse lo más cómodos posible y en este menester, claro está, cada cual tiene sus manías.

Proust se había impuesto unos horarios precisos para trabajar (eso es al menos lo que en boca de Marcel, su alter ego, nos confiesa en “A la recherche…”) y le daba a esa disciplina  una gran importancia.

¿Y cómo concretar el proceso de escritura? Algunos han ido anotando sus reflexiones en un cuaderno, otros lo habrán hecho en una tablet o como han podido…, pero todos ellos tenían presente el texto y no hicieron más que irlo alimentando de una u otra manera.

Aquello que vamos a escribir será, con todo, lo que condicione en mayor o menor medida toda nuestra actividad. Y cada decisión conllevará otras posteriores a fin de ir desarrollando del mejor modo posible las características propias. Con la opción lingüística, la observación de cada frase y la búsqueda de una lógica entre cada una y la siguiente, lo que se persigue es un cierto equilibrio, ya que la inspiración no lo es todo y, tras una determinada afirmación o una buena descripción, tampoco cabe añadir otra  mediocre. En sí mismo, el método no mejora ni nuestro conocimiento ni nuestro nivel informativo, pero nos facilita el camino para abordar la tarea. El método debe contribuir a armarnos del valor necesario para detectar y suprimir todo lo que sobra en nuestro texto.

Escritura y lectura (compartida si fuera posible), ensayar y transformar, profundizar en nuestra experiencia literaria… Y para que el tema elegido se apoye en lecturas adecuadas, debemos tener claro qué es lo que pensamos de cada una de ellas, qué es lo que tal o cual autor nos aporta o, al contrario, qué le echamos en cara… Al fin y al cabo, es este ejercicio el que nos irá formando como escritores. Y a partir de ahí, armarse de decisión… ¡y a escribir!… ¡y a corregir!

Con todo, es conveniente tomar nuestro proyecto en su globalidad para luego, al escribir, irlo desarrollando. Por supuesto, eso nos exige una labor de reescritura del texto para irlo limando de los desequilibrios que hubiéramos detectado en el registro lingüístico empleado, a fin de corregirlos y, en definitiva, ofrecer el tono general adecuado.

Paralelamente, habrá que elegir qué acontecimiento utilizaremos como base para presentar lo que tratamos de contar y, claro está, hacerlo del modo más adecuado posible. Ése es el auténtico trasfondo de la escritura de género. Si no nos esforzamos lo suficiente porque la idea es demasiado banal o porque fuera nulo aquello con lo que pretendemos despertar el interés del lector, nada de lo que escribamos servirá. Para semejante viaje no hubieran hecho falta tantas alforjas, sobre todo si tenemos en cuenta que la esencia de los géneros literarios consiste precisamente en huir de lo ordinario…

De hecho, el de los géneros literarios es seguramente el camino más arduo para reflexionar mediante el lenguaje. Por este motivo, y como he explicado antes, no se pueden comparar con la filosofía o con el periodismo, ya que las experiencias que constituyen nuestro punto de partida no pretenden en absoluto demostrar nada, sino solamente vehiculizar una reflexión a través de la literatura. Y para ello se requiere ir poniendo sobre el papel todo lo que se nos vaya ocurriendo, compartirlo, trasladarlo…, tal cual, sin florituras, simplemente convertido en comentario para ser re-escrito.

De alguna manera, los géneros literarios proceden de la Filosofía y de la Pedagogía en cuanto que existe antes de que los conceptos considerados se formulen o sean vehiculizados. Un precedente, por cierto, que se decide por determinadas palabras, que parte de una reflexión sobria sobre la escritura y que, gracias al conflicto cognitivo que genera su desarrollo, permite transformar nuestro punto de vista sobre el tema considerado, es decir, que partiendo de un contexto determinado proyecta su reformulación. Sirviéndose de la lengua escogida y de un objetivo firme, los géneros literarios proponen nuevos significados en ámbitos semánticos ambiguos. Los géneros literarios se oponen a la verborrea y siembran la duda en lo que hasta entonces se daba por sentado. Se trata asimismo de textos perecedero, de un collage destinado a remover conciencias, rompedor, escrito para ser leído pero escrito en base a las posibilidades y limitaciones de la(s) lengua(s) del autor.

Por lo tanto, nadie está obligado a escribir en ningún género literario ni cabe tampoco obligar a nadie a hacerlo. Ahora bien, si queremos empezar a escribir en cualquiera de ellos, no nos lo pensemos dos veces y escribamos sin miedo. Recojamos la experiencia de cuantos se hayan adentrado en esos menesteres y, aprendiendo tanto de su escepticismo como de su voluntad, hagamos de ello un elemento literario vital y, bajo estas condiciones, hagamos de la escritura una necesidad. Seamos lectores críticos de nuestros propios textos, busquemos el detalle y simplifiquemos lo farragoso hasta que nuestros escritos hayan adquirido el tono equilibrado que requieren. Pero para llegar a este extremo, debemos dotarnos de un método de trabajo adaptado que, por encima de nuestra propia creatividad, inspiración o habilidad nos permita ir formulando y reformulando todos los elementos citados. De este modo, en la misma medida en que gracias a lo literario nuestra visión del mundo vaya tomando concreción, nuestro punto de vista llegará a ser igualmente compartido por muchos más, aunque “todo eso no sirva para nada”, como diría  Georges Bataille.

 

Bibliografia:

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TXILLARDEGI (1972) Hizkuntza eta pentsa

[1]            DAUNAY, B. (2007), “État des recherches en didactique de la littérature: note de synthèse” in Revue française de pédagogie, 159. Págs. 139-189.

[2]            XI. Rencontres des chercheurs en didactique des littératures (Enseigner les littératures dans le souci de la langue. 2010. Genève). Las actas de este congreso son probablemente el mejor compendio sobre la presente materia.

[3]            SCHNEUWLY, B. & DOLZ, J. (2009), Des objets enseignés en classe de français. Paris, PUR.

[4]            DOLZ, J. & RONVEAUX, C. (2006), “Du texte littéraire à la tâche scolaire” in Le langage et l’homme, 41-1, págs.33-41.

[5]            REUTER, Y. (1990), “Définir les biens littéraires”, in Pratiques, 67. Págs. 5-14.

[6]            SCHNEUWLY, B. & THÉVENAZ, Th. (2006), Analyses des objets enseignés. Bruxelles, De Bœck.

[7]            DUFAYS, J. L. (2004), “La dialectique des valeurs: le jeu très ordinaire de l’évaluation littéraire”. Dyptique, 2. Págs. 103-129.

8MAURIAC, C. (1969). L’Alittérature contemporaine. Paris, Albin Michel

[9]RODRIGUEZ, F. (2011). Nacionalismo y Educación. Madrid,  Delta.

[10]RODRIGUEZ, F. (2014). Ensayo sobre el ensayo. Madrid,  Delta.

[11]PENNAC, D. (1992), Comme un roman. Paris, Gallimard.

[12]HOFSTETTER, R. & SCHNEUWLY, B. (2009). Savoirs en (trans)formation. Bruxelles, De Bœck.

[13]SCHENEUWLY, B. (2008). “Vygotski, l’école et l’écriture”, in Rs de la Section des sciences de l’éducation, 118. Université de Genève.

[14]CHATELET, F. (1977). Chronique des idées perdues. Paris, Stock.

[15] ADAM, J.-M. (2008), La linguistique textuelle. Introduction à l’analyse textuelle des discours. Paris, A. Colin. Se trata de una referencia importante, ya que para clasificar los textos parte de la didáctica lingüística de Jean-Paul Bronckart.

[16] TXILLARDEGI (1972) Hizkuntza eta pentsakera. Bilbao, Gero.

[17] BADIOU, A (1988). L´Etre et l´événement. Paris, Seuil.

[18]CHABANNE, J.-Ch. (2002). Écrire en ZEP. Paris, Delagrave.

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